La expresión, perteneciente al escritor irlandés Bernard Shaw, tiene una notable vigencia en este arrabal del planeta llamado América Latina. Del cual El Salvador, por supuesto, no constituye ninguna excepción.
Consciente o no de su ironía, Shaw no acotaba su desconfianza a quienes circunstancialmente ejercían el poder. Tampoco limitaba su afirmación, sobre los malolientes efectos de una prolongada permanencia en el poder, a quienes ejercían el Ejecutivo. Se refería a toda la clase política.